Hace 25 años que los astrónomos iban tras él y finalmente lo encontraron: el ruido cósmico emitido por el torbellino de gigantescos agujeros negros fue identificado gracias a una técnica inédita de detección de ondas gravitatorias que abre una nueva ventana al Universo.
Estos resultados son fruto de una vasta colaboración de los mayores radiotelescopios del mundo que consiguieron captar esta vibración del Universo con la precisión de un reloj, celebran los autores de estos trabajos publicados simultáneamente en varias revistas científicas.
Las ondas gravitacionales fueron predichas por Einstein en 1916, pero no pudieron ser detectadas hasta cien años después. Se tratan de ínfimas perturbaciones del espacio-tiempo, parecidas a las ondas de agua en la superficie de un estanque, estas oscilaciones, que se propagan a la velocidad de la luz, nacen por el efecto de eventos cósmicos violentos como la colisión de dos agujeros negros.
Esta vez, una señal mucho más dilatada en el tiempo evoca un fenómeno de mayor escala, captado por una red de telescopios de Europa, Norteamérica, India, Australia y China del consorcio International Pulsar Timing Array (IPTA).
«Hablamos de ondas gravitatorias generadas por agujeros negros de varios millones a varios miles de millones de veces la masa del Sol», dice Gilles Theureau, astrónomo del Observatorio de París-PSL.
Usan estrellas como “reloj” del universo
Para detectar estas ondas, los científicos emplearon un nuevo instrumento: los púlsares de la Vía Láctea. Estas estrellas tienen una masa equivalente a una o dos veces la del Sol, pero comprimida en una esfera de una decena de kilómetros de diámetro.
Ultracompactos, estos astros giran sobre sí mismos a gran velocidad, hasta 700 vueltas por segundo, explica Theureau. Esta rotación desenfrenada produce una radiación magnética en sus polos, que se parece al haz de luz de un faro, detectable gracias a las ondas de radio emitidas a baja frecuencia.
A cada vuelta, los púlsares envían unos pitidos ultrarregulares, que se erigen como destacados relojes naturales, explica Lucas Guillemot, del laboratorio de física y química del medio ambiente y del espacio (LPC2E) de Orleans.
Los científicos catalogaron grupos de púlsares para obtener una especie de malla celeste en el espacio-tiempo. Con ella, pudieron medir una ínfima perturbación en su tic-tac, con cambios inferiores a una millonésima de segundo sobre más de 20 años, según Antoine Petiteau, del Comisariado de la Energía Atómica (CEA) de Francia.
Estos retrasos están correlacionados, señal de una perturbación común en todos los púlsares: la firma característica de las ondas gravitacionales, apunta Gilles Theureau.
«Fue un momento mágico«, explicó en una rueda de prensa Maura McLaughlin, de la red estadounidense Pulsar Search Collaboratory.
El misterioso origen de las ondas cósmicas
¿Cuál es el origen de estas ondas? La hipótesis principal apunta a parejas de agujeros negros supermasivos, cada uno de ellos con un tamaño superior a nuestro sistema solar, listos para chocar, explica Theureau.
Antoine Petiteau describe a dos colosos que «giran uno alrededor del otro antes de fusionarse, un baile que provoca ondas gravitacionales de un periodo de varios meses a varios años».
Un ruido de fondo continuo que Michael Keith, de la red europea EPTA (European Pulsing Timing Array), compara con un restaurante bullicioso con mucha gente hablando a tu alrededor.